lunes, 20 de julio de 2009

El Amamantamiento como trabajo mental: feminismo corporal y significados del amamantamiento

ALISON BARTLETT

Traducción de Carolina Loreley Postiglioni

Sinópsis- Reconociendo que ahora hay un corpus de trabajo feminista que teoriza el cuerpo, a veces denominado feminismo corporal (Volatile bodies: toward a corporeal feminism, 1994), este ensayo intenta aplicar algunas de esas teorías en su potencial transformador sobre las prácticas, las políticas y las experiencias del amamantamiento en los últimos años del siglo veinte en Occidente. Como un ejemplo de las diferencias sexuales materiales, la fisiología del amamantamiento es examinada en comparación con otros discursos culturales e institucionales. En el nivel narrativo, todos coinciden en caracterizar, con algunas variantes, al amamantamiento como un problema de trabajo mental, como una actividad a ser aprendida y manejada más que corporizada. Duplicando la preocupación y por el privilegio de la mente sobre la materia común en la epistemología de occiedente, se ha hecho necesario hacer un cambio en el conocimiento / poder de las madres a los profesionales en un momento en el que la corporalidad de las mujeres es más activa y simbólicamente significante. Por esto, las nuevas narrativas son buscadas y aplicadas tentativamente, lo cual implica reconceptualizar lo que entendemos por cerebro, y los modos en que podríamos leer estratégicamente el cuerpo (y los senos) como instruído y pensante.

INTRODUCCIÓN

Desde el sugestivo trabajo de Elizabeht Grosz sobre un feminismo corporal, ha emergido recientemente un corpus de trabajos feministas que responden y continuan la idea del cuerpo –en preferencia a la mente o el psicoanálisis- como “la condición reprimida o desconocida de todo conocimiento” (Grosz, 1994, p. 20). En estos textos, los cuerpos no son esencializados, estáticos o materiales homogéneos sino que son infinitamente cambiables, activamente receptivos a su medio ambiente y siempre sujetos a las condiciones de la historia, la cultura y el lenguaje. Sorprendentemente, tal vez , las lecturas postmodernistas del cuerpo han resultado en narrativas biológicas obteniendo una nueva consideración en los trabajos feministas, sin precedentes hasta el momento. Como Roberts sostiene, “aunque muchas feministas han producido trabajos sobre el cuerpo, y particularmente sobre la producción cultural de las comprensiones de las diferencias corporales entre los sexos, quedan preguntas sobre como pensar las aparentemente persistentes diferencias materiales de los sexos” (Roberts, 1999, p. 131). En este ensayo, quiero examinar las implicaciones de tal trabajo en relación a una diferencia material en particular: el amamantamiento. El feminismo corporal, como enfatiza Grosz, debe tomar en cuenta “los cuerpos en su especificidad concreta” (Grosz, 1994, p. vii), y aun la mayoría de los ejemplos son de cuerpos forzadamente extraordinarios: estigmas, extremidades imaginarias, histeria o rituales hindúes de empalamiento. Tomando el amamantamiento como mi tema, intento aplicar la teoría corporal feminista en su potencial transformador a una práctica vivida cotidianamente más común para las mujeres, una práctica que es infinitamente variable y cambiante como sus textos. Al hacer esto, también intento traer algunas perspectivas recientes a los discursos corrientes disponibles del amamantamiento, que tienden a posicionar a las mujeres como problemáticamente impredecibles y en la necesidad de enseñar y manejar, más que como temas incorporados cognocitivamente. Esto nació a través de un breve exámen de la literatura sobre amamantamiento, y en relación, especialmente, a los discursos de la biología y la psicología.

LAS FEMINISTAS Y LA BIOLOGÍA

Elizabeth Grosz identifica una tendencia general a considerar la biología como “el tema menos la cultura... sustraer el medio ambiente, la cultura, la historia y lo restante es naturaleza o biología” (Grosz, 1994, p. 191). Tal modelo reductivo es reconocido por las feministas como limitado y con frecuencia inherentemente misógino, como Rosser argumenta, en el sojuzgamiento de la vida de las mujeres (potencialmente patologizado) a su capacidad de reproducir (Rosser, 1992). Sin embargo, la sospecha del feminismo hacia la biología en los últimos años del siglo veinte, significa con frecuencia, un franco rechazo a los problemas materiales, como Elizabeth Wilson sostiene:
En la mayoría... de los proyectos sobre “el cuerpo”, el cuerpo en cuestión es considerado en su forma constitutiva social, cultural, experimental o física, pero raramente en su forma constitutiva psicológica, bioquímica o micriobiológica, la idea de una construcción biológica ha sido transformada en ininteligible o naïve. A pesar de un declarado interés en el cuerpo, hay un persistente desagrado por el detalle biológico. (Wilson, 1998, p. 15)

Vicki Kirby argumenta que para separar “la política de la representación... de lo que son comunmente entendidos como los hechos biológicos de la existencia del cuerpo” se reafirma inevitablemente la distinción naturaleza/ cultura (Kirby, 1997, p. 70). Necesitamos preguntarnos cómo todo nuestro trabajo crítico sobre la representación ha llevado a excluir las operaciones de la carne, la sangre, las células, los genes y las hormonas –en resumen, el tema de nuestros propios cuerpos- como fuera de nuestra atención crítica. Mientras escribo ésto, estoy todavía amamantando a mi bebé “más grande”. Menciono esto no como una aserción de autoridad sobre el trabajo precedente, sino para señalar que este texto está investido de un deseo de hacer una crítica de mi práctica corporal vivivida y de mi interpolación entre los varios discursos del amamantamiento (ver Bartlett, 2000). Habiendo estado siempre interesada en la rica metamorfocidad de escribir (y) el cuerpo, estoy ahora interesada en examinar cómo un evento biológico (como dar a luz) puede precipitar un cambio tan profundo en la subjetividad (convertirse en madre) y cómo esto puede encontrar articulación en mi trabajo académico.
En un esfuerzo por hacer el cuerpo (biológico) inteligible, mi estudio del amamantamiento toma estos indicios para leer la psicología del amamantamiento como un lugar que registra dinámicas específicas entre los cuerpos y el conocimiento. Sigo la mencionada definición de Grosz sobre la biología como “una materialidad abierta, un conjunto de (posiblemente infinitas) tendencias y potencialidades que pueden ser desarrolladas, aun cuyo desarrollo ocultará o inducirá necesariamente a otros desarrollos y otras trayectorias” (Grosz, 1994, p. 191). Filtrando esta comprensión a través de mi propia disciplina literaria, leo al amamantamiento y sus textos (que incluyen a la biología) como narrativas que siguen líneas específicas de proyectos para alcanzar fines particulares y excluir otras posibilidades. Encuentro que estos textos operan en la relación tensa establecida entre los senos y la cabeza, o más específicamente el cerebro. Esto es evidente no sólo en textos instructivos médicos y maternales sobre amamantamiento de la segunda mitad del siglo veinte, sino también en los cambios en las prácticas y política institucional de la cultura occidental. Sin embargo, cuando tales narrativas son comparadas con las experiencias particulares de las mujeres, esas debilidades, contradicciones y puntos de tensión emergen. Mi uso de las teorías corporales feministas es en principio empañado por la dicotomía construída entre mente y cuerpo, entre conocimiento y embodiment, como es construída en los discursos occidentales vigentes del amamantamiento. La biología con la que comienzo, entonces, puede ser considerada no tanto como “hecho”, sino como una narrativa particular situada históricamente en los recientes textos de obstetricia sobre las operaciones fisiológicas del amamantamiento.

LA FISIOLOGÍA

La narrativa fisiológica del amamantamiento es inicialmente la historia de las hormonas, y comienza en el embarazo. Alrededor del quinto mes, la placenta lactógena humana (prolactina) es liberada por la placenta. Esta hormona es responsable por el disparamiento de la producción de calostro, la sustancia producida por los senos durante el embarazo y en los primeros días del postparto hasta que “la leche sale”. La hipófisis anterior, localizada en la base del cerebro, incrementa la producción de prolactina por el incremento del estrógeno de la placenta. La prolactina es responsable de la producción de leche y es continuamente producida en el cuerpo pero su liberación es usualmente bloqueada por el factor inhibidor de prolactina (PIF), y en el embarazo por altos niveles de estrógeno. Gabrielle Palmer sostiene que “aunque no vemos esto así, en cierto modo la lactancia es el estado “normal” del cuerpo porque necesitamos una hormona especial (PIF) para detenernos de la lactancia” (Palmer, 1988, p. 44). Al nacer, los niveles de las hormonas estrógeno y progesterona caen dramáticamente en el cuerpo de la madre y la prolactina se incrementa dramáticamente por lo tanto, la leche inicial es producida.
Después de que la producción de leche es iniciada, el plan cambia lentamente pero de manera importante para incluir al bebé recién nacido. Para que la leche continúe siendo producida, el mecanismo físico de la succión del bebé es requerido para la remoción de la leche. La succión estimula los impulsos nerviosos del hipotálamo (también localizado en la base del cerebro) para limitar la secreción de PIF, y la hipófisis para producir más prolactina y también para liberar oxitocina. La oxitocina es la glándula que hace que los conductos de leche se contraigan para enviar leche a los lactórofos debajo de los pezones y esto también causa las contracciones del útero inmediatamente después de parir para expulsar la placenta y hacer que la matriz se contraiga. Las contracciones uterinas durante la lactancia son comunes al menos en las primeras seis semanas de haber dado a luz y ayudan a la reducción del tamaño. La liberación de oxitocina puede ser sentida y es llamada “reflejo de bajada”. La insulina, la tiroxina y los glucocorticoides son mencionados también como hormonas importantes para la producción de leche[i].

LA SUBJETIVIDAD

Esta historia de la producción de hormonas, la succión mecánica, y los impulsos neurológicos para la secreción de leche es psicológicamente incompleta sin la subjetividad de una mujer. Sus relaciones sociales históricas, culturales y ambientales impactan en las operaciones de amamantamiento de maneras biológicas bastante impredecibles por la actividad hormonal, especialmente la liberación de oxitocina. El texto de obstetricia de Silverton, por ejemplo, cita estudios sobre el impacto de las actitudes culturales respecto de los senos y el amamantamiento como instrumentales en la decisión de una mujer de amamantar, por cuanto tiempo ella seguirá amamantando y su habilidad física actual para amamantar (Silverton, 1993, p. 525). Algunas mujeres sienten repulsión a la idea de amamantar. Otras no creen que su leche es de una adecuada calidad o cantidad y entonces su cuerpo responde de acuerdo a eso. Esto ha sido señalado especialmente desde la introducción de leche artificial, la cual puede ser medida y monitoreada. El abuso sexual en la infancia puede afectar la experiencia adulta de amamantamiento (Michelle, 1999). Palmer señala que la fe en pastillas, cursos y ceremonias que son pensadas para “secar” o reponer la provisión de leche de una mujer pueden hacerlo afectando el reflejo de disminución (Palmer, 1988, p. 48). Las intervenciones médicas, como la cirugía o el uso de anestésicos o calmantes, pueden impactar en el sistema endócrino y afectar la capacidad de una mujer de amamantar (Cook, 1996, p. 81). Pero estos factores también pueden no tener un efecto aparente en lo más mínimo. El amamantamiento es por completo impredecible, una práctica que no puede ser reducida a un conjunto de afirmaciones universales que relacionan cuerpos homogéneos (ver Rothfield, 1995ª), porque las experiencias vividas de una mujer son cruciales para las respuestas hacia la lactancia de su cuerpo.

EL GÉNERO

El amamantamiento es generalmente aceptado como un registro de diferencias sexuales porque es caracterizado como corporalmente restringido a las mujeres, pero los hombres tienen la misma capacidad fisiológica de lactar como las mujeres, aunque está subdesarrollada. En 1994, el primer caso conocido de mamas de macho activamente lactando en condiciones naturales fue registrado, habiendo sido identificadas en murciélagos de Dayak en Malasia (Francis, Anthony, Brunton y kunz, 1994). El descubrimiento se encontró con especulaciones sobre el potencial para la lactancia del macho humano, pero un reporte posterior fue aun más interesante al citar instancias de desarrollo de senos y secreción de leche espontánea en machos humanos bajo condiciones anormales. Fueron citados ejemplos de lactancia espontánea en varones pacientes de cáncer que eran tratados con estrógeno y luego inyectados con prolactina; en hombres que tomaban tranquilizantes que influenciaban el hipotálamo; durante la recuperación de una cirugía que inadvertidamente había estimulado la succión de los reflejos nerviosos; y en condiciones de inanición, como en reportes de prisioneros de campos de guerra, donde presumiblemente las funciones glandulares se recuperaron más rápido que el hígado que destruye hormonas, de manera que sus niveles se restablecieron (Diamond, 1995; ver también Raphael, 1976). Diamond reporta que “las diferencias masculinas y femeninas en hormonas no son absolutas sino una cuestión de grado” (Diamond, 1995, p. 2), y que una estimulación mecánica repetitiva de los pezones causa el surgimiento hormonal en los hombres como sucede en las mujeres. La secreción de leche puede también ocurrir en mujeres que no han dado a luz: si están tomando estrógeno y progesterona en pastillas anticonceptivas por un período de tiempo prolongado, por ejemplo; o cuando adoptan a un bebé (Diamond, 1995, p. 2; Palmer, 1988, p. 39).
Este es seguramente un ejemplo de la precariedad de las diferencias establecidas, y de la contingencia cultural e histórica de los cuerpos y de las capacidades como Grosz las describe: “Los que son considerados como elementos fácticos puramente incambiables y establecidos, factores dados biológicamente, son responsables de vicisitudes y transformaciones históricas amplias” (Grosz, 1994, p.190). La fisiología del amamantamietno parecería sostener esto. La lactancia no es estrictamente un registro de diferencias sexuales ni un registro de maternidad; cuando es culturalmente practicada como amamantamiento, sin embargo, funciona como ambas.
De esta forma, esta inmensa y compleja actividad subjetiva –corporal es transformada a través de las instituciones culturales que comienzan a desarrollar trayectorias específicas, mientras que otras potencialidades son restringidas, y están en profunda relación con el género. Cuando la filósofa feminista Moira Gatens sostiene que “el embodiment femenino como es vivido generalmente es en sí mismo una barrera para la participación “igualitaria” de las mujeres en la vida socio- política” (Gatens, 1992, p. 132), toma específicamente el ejemplo del amamantamiento como un presumible marcador biológico de la diferencia sexual que puede ser disputada (por los hombres para que ellos puedan participar también) si nuestra política del cuerpo fuera reorganizada para valorar la reproducción. Ella apunta a que es la política del cuerpo la que atribuye valor a los cuerpos lactantes, y la que ha sido históricamente concebida para “intensificar específicamente los poderes y las capacidades de los cuerpos masculinos” (Gatens, 1992, p. 132). Los modos en que los discursos sobre lactancia están implicados en la constitución del género para las mujeres son por lo tanto políticos, y afectan directamente las experiencias vividas por las mujeres. Pero la lactancia no es sólo producida discursivamente, son las vastas experiencias vividas por las mujeres las que sirven para desafiar la autoridad discursiva, que exploro más adelante.

EL AMAMANTAMIENTO COMO TRABAJO MENTAL

Posteriormente, Moira Gatens argumenta que “desde que son las mujeres las que han sido asociadas tan frecuentemente con la naturaleza y descriptas como inclinadas a la pasión que surge de sus cuerpos desordenados, es crucial examinar los modos en que estas asociaciones han sido establecidas” (Gatens, 1991, p. 5). La traducción de las narrativas biomédicas a las políticas y prácticas institucionales es un área en que esto se manifiesta. En occidente, el amamantamiento ha sido institucionalmente notorio por sus cambios en la política y en la práctica en este siglo. Algunos de esos cambios incluyen el régimen estricto de alimentación cada cuatro horas a responder a la ilimitada demanda de alimentación hecha por el bebe; la alternativa de leche preparada de los ‘50 a su rechazo político en los ‘70 después de su explotación cruel en el tercer mundo; y la comercialización adicional de los alimentos para bebés y cambios en la fuerza de trabajo que han afectado la duración del amamantamiento (Baumslag y Michels, 1995; Carter, 1995; Fildes, 1986; Oakley, 1993; Palmer, 1988). Tal exceso de condiciones culturales e ideas cambiantes en un lapso de tiempo relativamente corto (entre generaciones y aun dentro de una generación de madres) ha significado que el conocimiento de las prácticas de amamantamiento ha ido distanciandose crecientemente de las madres, que ahora están ampliamente ubicadas como novicias en necesidad de instrucción para amamantar. El amamantamiento es aprendido ahora a través de lecturas o instrucción por un nuevo sector profesionalizado de expertos incluyendo parteras, consultores de lactancia y enfermeras de salud pública[ii]. Mientras Oakley sostiene que casi la mitad de las mujeres en una encuesta en 1980 también recibieron consejos de parientes y amigos (Oakley, 1993, p. 133), es provable que esto sea fuertemente desalentado en libros de cuidado de bebés como una fuente de consejos conflictivos que pueden causar estrés indebido en la madre.[iii] Este cambio cultural en la autoridad puede estar vinculado también a la masculinización e institucionalización de la obstetricia (Oakley, 1993; Palmer, 1988), que mantiene el control desprestigiando cualquier conocimiento autorizado que las mujeres puedan tener sobre el amamantamiento, en su lugar ubica el estatus de expertos en las manos de educadores que pueden no tener experiencia en amamantamiento (Silverton, 1993, p. 525). Mientras que la política institucional exige la docilidad de la madre como un paciente que acepta la autoridad e instrucción del experto, es aun la madre quien es construída como inadecuada –por ella misma y por sus educadores- cuando el amamantamiento no es exitoso (Cook, 1996, p. 77).
Esta transferencia de conocimiento sobre amamantamiento de sus practicantes al dominio de los médicos profesionales, de tener la autoridad a la exigencia de aprender, involucra una privilegización del trabajo mental que no sólo reestablece la dicotomía mente –cuerpo del sujeto cartesiano, sino que desautoriza a las mujeres como madres en el momento en que su corporalidad es más actica y simbólicamente significante.

DIRIGIENDO LA CABEZA DE LAS MUJERES

Los manuales de maternidad forman otro dominio en el que las mujeres son nuevamente construídas como cuerpos indómitos más que como cuerpos que saben. Volviendo atrás a mediados del siglo diecinueve, los manuales de maternidad reflejaban y producían los valores ideológicos dominantes de su tiempo (Bauer, 1998). La proliferación de manuales instructivos de maternidad en las últimas tres décadas puede ser atribuída al drástico cambio en la política y la práctica dado por la introducción y popularización de fórmulas comercializadas sobre los niños en los 50. Oakley sostiene que durante esa época “la pérdida de confianza de las madres en la alimentación natural combinada con el cambio en las nociones de la sexualidad de las mujeres provocaron dificultades genuinas para aquellas que querían amamantar” (Oakley, 1993, p. 131). Cuando los textos se convierten en fuentes importantes de información para las madres, el tema del amamantamiento es adaptado de distintas formas por esas lectoras. En los principales manuales de 1970, la fisiología del amamantamiento era comunmente más incluída y con detalles más grandiosos que en textos comparables de la década de 1990[iv]. Sin embargo, puede observarse que los paradigmas utilizados en estos tempranos textos han sido filtrados en los textos instructivos contemporáneos, particularmente la importancia puesta en el reflejo de disminución, que se convierte en un fundamento para el éxito del amamantamietno de la mujer. The complete book of breastfeeding, por ejemplo, lo describe así:
El reflejo de bajada tiene una fuerte base psicológica. La hipófisis, que controla la liberación de oxitocina, es controlada por el hipotálamo. Este órgano del cerebro del tamaño de una nuez, es frecuentemente descripto como “el lugar de la emoción”, ya que recibe mensajes acerca del estado psicológico del individuo y, actuando sobre estos mensajes, envía sus propias ordenes a las glándulas, traduciendo emociones en reacciones fisiológicas. Es por esto que las emociones, ejercen una poderosa influencia sobre las funciones hormonales reguladas como el ciclo menstrual, el parto y la lactancia (Eiger y Olds, 1972/ 1987, p. 45).

De manera similar, The breastfeeding book sostiene que una “razón común para la falla de la bajada es psicológica: ansiedad, estrés, dolor, vergüenza, nostalgia, depresión, miedo, todos pueden interferir en el reflejo de bajada, actuando presumiblemente a través del hipotálamo” (Davies, 1982, p. 25). La historia psicológica envuelve interacciones interhormonales. La adrenalina, por ejemplo, es producida en respuesta al estrés y el miedo, y puede afectar la liberación de prolactina (Riordan y Auerbach, 1999). Pero hay un palpable sentido de desaprobación en este texto, en relación a las emociones que interfieren en el funcionamiento biológico adecuado. El hipotálamo “envía sus propias órdenes a las glándulas” (las itálicas son mías), como ignorando las órdenes previas emitidas por la pituitaria para liberar oxitocina. Una parte del cerebro es extraña con la otra parte, ambas protagonistas y antagonistas en una historia cuyo funcionamiento mecánico eficiente está constantemente bajo amenaza. No puede ser coincidencia que sean las emociones de las mujeres, su estado psicológico, el que es visto como interfiriendo con la actividad biológica. La asociación semiótica en este texto de (going) “nueces” inherente en la elección de “el tamaño de una nuez” para describir la dimensión física del hipotálamo tampoco puede ser ignorada. Estos textos recomiendan “manejar” tales factores indómitos creando un ambiente para hacer sentir a la mujer cómoda emocional y físicamente. Muchos de los libros de este período incluyen listas de sugerencias que pueden incluir seleccionar una silla cómoda, cojines, música tranquilizante y silencio, puntos de relajación, un vaso de agua o una taza de té, un programa de televisión favorito, etc.
De acuerdo a esta narrativa, el manejo de las emociones de las mujeres es primordial para el éxito del amamantamiento, y la construcción de un ambiente que promueve una aparente subjetividad dócil y pasiva para las mujeres es la estrategia escogida aquí. Esto podría ser fácilmente interpretado como la continuación de la forma en que la mente de las mujeres blancas de clase media ha sido representada en el pasado como interfiriendo con el funcionamiento biológico (y especialmente reproductivo). Tal retórica discurría en contra de la participación de la mujer en la esfera pública, especialmente cuando ingresó a la universidad a finales del siglo diecinueve y principios del veinte (Showalter, 1987; Woolf, 1929). Por otra parte, los consejos de relajación pueden ser interpretados como una imitación de los efectos de la prolactina, la cual según se ha registrado, causa en las mujeres la sensación de calma, y euforia durante el amamantamiento (Riordan y Auerbach, 1999, p. 100). Pero ¿por qué necesariamente tiene que imitarse este efecto en el amamantamiento para facilitarlo? ¿Por qué esta inversión en el procedimiento?

CUESTIONANDO LA PEDAGOGÍA

¿Quiénes y qué están enseñando aquí? Seguramente nuestros cuerpos “saben” como producir leche, como cada interacción hormonal y neuronal precipita otra acción. Y si nuestros cuerpos contienen tal conocimiento en un nivel corporal, entonces ¿es nuestra “cabeza” la que está siendo instruída? Una narrativa popular cultural (que ha sido recientemente verificada “científicamente”) sobre mujeres embarazadas o que están amamantando perdiendo su capacidad para pensar lógicamente parecería debilitar el proyecto de enseñar y aprender sobre amamantamiento durante este tiempo.
Si las hormonas están (nuevamente) contrarrestando la inteligencia de las mujeres (una historia que también se aplica a las mujeres premenstruales), ¿el poder /conocimiento de quién está en riesgo? ¿El amamantamiento puede estar “todo en la cabeza”, como dichas narrativas parecerían sugerir? Riordan y Auerbach citan una investigación de 1995 que parecería apoyar esto dónde una disminución en la incidencia del dolor del pezón fue reportada en mujeres “que tenían un fuerte deseo de amamantar” (Heads y Higgins citado en Riordan y Auerbach, 1999, p. 492). En una narrativa alternativa, Palmer atribuye el inevitable dolor de pezón percibido al principio del amamantamiento a una narrativa occidental de clase y raza. El mito es que la piel blanca se daña más rápidamente que la piel negra, y esta “delicadeza” y los fracasos más frecuentes en la lactancia contrastan con la históricamente mas sólida competencia de las clases bajas y razas negras para amamantar a sus propios hijos y darle el pecho a los niños de las mujeres blancas (Palmer, 1988, p. 47). Cargar los vestigios corporales del racismo y clasismo puede ser una inscripción histórica y política que las mujeres blancas de clase media como yo misma difícilmente pueden negar. Estas dos explicaciones atribuyen el dolor de pezón durante la alimentación a un problema mental: como resultado tanto de falsa conciencia, o ideología inconciente pero corporalmente manifestada.
Caracterizar el amamantamiento como una actividad que puede ser controlada por la mente, “todo está en la cabeza”, parecería debilibar particularmente la narrativa para aquellas mujeres que pelean por amamantar, que perseveran por semanas y meses a través de condiciones terriblemente dolorosas. Para esas mujeres, haber accedido a un conjunto de técnicas y conocimientos que pueden ser aprendidos parecería tener poder –pero sólo si trabajan. ¿Y quién sabe que funciona para una mujer y su bebé, o para otra? Si el amamantar puede ser aprendido como una actividad corporal, del mismo modo que aprendemos a caminar o a levantar la ceja, entonces ¿por qué todas las madres no amamantan exitosamente? ¿Hay un límite en lo que el cerebro puede aprender a hacer con el cuerpo? Por ejemplo, podemos aprender a iniciar los movimientos peristálticos de la digestión, o estornudar a pedido de alguien? ¿podemos aprender a iniciar un nacimiento cuando queremos hacerlo? ¿o ya lo hacemos? Si la subjetividad de una mujer está involucrada en el proceso de amamantamiento, ¿puede la subjetividad de un bebé influir? Claramente, el amamantamiento no es sólo un problema de aprendizaje, como no es tampoco sólo un problema de función biológica. Las impredecibles experiencias del amamantamiento de las mujeres lo confirman.

EXCESOS

En este análisis de los discursos del amamantamiento llega a ser evidente que las mujeres son construídas “como” cuerpos, más que como sujetos corporales; y aun más, tal vez contrariamente, son también construídas como estudiantes que pueden aprender técnicas de amamantamiento de los expertos para mejorar su conocimiento y sus habilidades corporales. Mi interés en romper este discurso dominante es dar lugar a las mujeres como sujetos corporales –como sujetos que tienen su lógica y conocimiento corporal propios que puede ser visto como un exceso para el razonamiento biomédico. Mientras que la mayoría de los textos sobre amamantamiento están preocupados por mejorar los factores que pueden inhibir la manufactura de leche de pecho (incluyendo las patologías de senos), historias de la producción espontánea no deseada en senos sanos abundan en su cornucopia, contradiciendo la suposición de las dificultades de la lactancia. Es ampliamente divulgado que los senos pueden espontáneamente gotear leche cuando una madre escucha a su bebé llorar, o cuando simplemente piensa en su bebé. Se ha conocido que madres adoptivas comenzaron la lactancia espontáneamente (McConville, 1994, p. 109; Palmer, 1988, p. 39). Una colega me cuenta que a los 19 años al estar involucrada profundamente en el cuidado del bebé de su hermana, sus senos goteaban leche. La capacidad de los cuerpos de las mujeres de “gotear” ha sido considerada como una característica corporal subversiva que refuta la neta categoría de los cuerpos como entidades limitadas, mecanísticas o sólidas (ver Birke, 1999; Carter, 1995; Grosz, 1994; Irigaray, 1985; Price y Shikdrick, 1999; Shildrick, 1997). Pero las operaciones del deseo parecen exceder biológicamente las narrativas vigentes. Los “opios naturales” del cuerpo –endorfina, prolactina y aun oxitocina que está ligada al orgasmo- son utilizados para promover el amamantamiento como una experiencia placentera y sensual. Pero ¿cómo explicamos la lactancia espontánea de una pediatra después de que su bebé de seis semanas (que no había amamantado) muere repentinamente? (citado en Riordan y Auerbach, 1999, p. 104). El dolor es considerado, por lo general, como potencialmente peligroso para el abastecimiento de leche, pero ¿vamos a concluir que este puede incitar la lactancia? Algunos comentaristas sugieren que el cambio a familias extensas más pequeñas y más distribuídas geográficamente ha significado que ver a las madres amamantar ya no es común, por lo que la transmisión de este “conocimiento”, o aprendizaje a través de la verosimilitud, ha sido perdido. ¿Esto significa que sin un banco de imágenes de madres amamantando, necesitamos ahora instrucción profesional? ¿Cuánto importa la memoria? ¿Qué clase de recuerdos corporales fueron incorporados en la madre, o hermana, cuyos senos lactan espontáneamente? ¿En estas instancias, puede la memoria estar en un nivel celular o glandular más que en nuestras cabezas?

TORMENTA DE IDEAS: NUEVAS NARRATIVAS

Lo impredicible de nuestros cuerpos con el exceso de nuestros deseos, instrucciones, prácticas o esperanzas sobre el amamantamiento sólo pueden ser interpretados como “problemas” para los discursos convencionales. La obstinación de los cuerpos de las mujeres a ser sumisos en circunstancias como estas es un poderoso residuo de las perturbadas relaciones entre las cabezas y los cuerpos que continua dominando nuestras narrativas culturales, pero residuos como este también pueden alertarnos de la importante tarea de ofrecer narrativas o relatos alternativos que resueltamente trastornan tales paradigmas. En este sentido, quiero preguntar ¿qué proyectos alternativos podemos usar para desarrollar las potencialidades y trayectorias del amamantamiento como una actividad corporizada? ¿Cómo el relato de las hormonas puede figurar en una narrativa para mujeres y las formas en que ellas viven (en) sus cuerpos durante el amamantamiento? Mientras que puede parecer un proyecto contradictorio construir embodiment a través de la lectura, la escritura, los argumentos y las historias como yo lo hago, esto puede ser comprendido como una intervención estratégica que reconoce el poder constitutivo del lenguaje dentro de la cultura occidental.
La tensión instalada entre los senos y la cabeza en los discursos diseñados para promover el amamantamiento privilegia principalmente la cabeza, como es costumbre en la epistemología occidental, pero el trabajo de Philipa Rothfield sugiere que necesitamos re- conceptualizar el valor comúnmente atribuído al trabajo mental.
Ella sostiene que los límites que están instalados alrededor de los términos “mente” y “cuerpo” son materialmente arbitrarios. Pregunta por qué el cerebro es considerado el órgano de pensamiento, y por qué la cabeza es privilegiada como el lugar único del cerebro. ¿Por qué el cerebro tiene primacía en el control de todas las otras actividades corporales (Rothfield, 1995, p. 33)? Repensar tal modelo materialista es “cuestionar por qué la cabeza es el lugar y candidato para la mente y preguntar: ¿por qué no el sistema nervioso?, ¿por qué no el esqueleto muscular?, ¿por qué no el cuerpo entero?” (Rothfield, 1995b, 33). Rothfield afirma “que es posible tener una gran cantidad de lugares de la inteligencia a lo largo del cuerpo” (Rothfield, 1995, p. 35). ¿Qué impacto tendría esta encarnación del cuerpo en las narrativas sobre amamantamiento? ¿Pueden los senos ser considerados como pensantes, como emocionales, como conocedores? Si los senos pueden ser pensados como un lugar de inteligencia, como un cerebro satélite, ¿cómo transformaría esto la política y práctica del amantamiento? ¿cómo afectaría esto la relación entre madres y profesionales, las madres y sus cuerpos, los cuerpos y el conocimiento?
En mi propia experiencia de amamantamiento, frecuentemente sentía como si mis senos tuvieran “una mente propia”. Siguiendo el argumento de Helen Marshall para más relatos fenomenológicos de experiencias corporales vividas utilizadas como data empírica para teorizar el cuerpo (Marshall, 1996), incluyo aquí una historia tomada de mi experiencia vivida, que toma validez a través del mapeo corporal de Rothfield:


La historia de Alison

Mientras he estado amamantando y trabajando a tiempo completo como académica, llegué a darme cuenta que mis senos periódicamente me “hablaban”, registrando conocimiento corporalmente en una forma que me haría notarlo: con dolor. Actuando como barómetro de mi salud, mis senos son conducidos a señales de dolor cuando “yo” ignoro mi salud. Cuando comienzo a sentirme cansada y enferma mis senos se lastiman al amamantar, y si ignoro esos signos, empiezan a darme puntadas de dolor durante el día para llamar mi atención hacia ellos. Parecen decir: “ayuda”, “más despacio”, “te estás desgastando”, “date cuenta”. La última vez que sucedió, mi hija tenía 18 meses. Pensarán que he aprendido a escuchar.
Fecha: 18 de noviembre

Todavía me siento exhausta y tengo dolor de pechos. Quiero terminar de escribir antes que Kev venga a quedarse esta semana así puedo pasar algún tiempo con él pero hay mucho por editar aún. Terminé de releer Of Woman Born de Adrienne Rich y me sorprendí por ver que ella acunaba el término “pensando a través del cuerpo” (Rich, 1977/1991, p. 284). También encontré otra maravillosa frase, que “cada mujer es el genio que está a cargo de su propio cuerpo” (Rich, 1977/1991, p. 285). Si difícilmente se puede soportar el amamantamiento –puntadas de dolor entre alimentaciones, pezones blanqueados que duelen después, comprenderlo es tormentoso. Me pregunto si mi leche está impregnada con este miedo.

Varias veces no he escuchado a mis senos, continuando con la ansiedad de las fechas límites de entrega y las conferencias, y tuve que tomar días libres más tarde para recuperarme. Si presto atención a mi cuerpo antes y descanso, puedo recuperarme más rápidamente. Cuando volví a leer mi diario del primer año de maternidad, los períodos de estrés y presiones coinciden siempre con los dramas de los pechos. Aparentemente mis senos son más inteligentes que yo.

EL LENGUAJE CORPORAL

He personificado a mis senos aquí como si estuvieran de algún modo separados, pero esa es una dificultad en el lenguaje que continúa mostrándome a mi y a mis senos como separados, como si mis senos fueran alguna cosa que yo puedo poseer[v]. Pero si felizmente puedo introducir mis senos en el lenguaje de manera inteligente y conocida, hablando y siendo escuchados, entonces tal vez esa división gramatical entre sujeto y objeto pueda ser un agente de transformación. En su libro, Telling flesh, Vicki Kirby sugiere que los espacios (gramaticales) usualmente establecidos entre los cuerpos y los textos, entre la corporalidad y el lenguaje, entre este cuerpo y los discursos de los que hablo, están tan implicados unos en otros que la representación puede ser vista como un expresión material (Kirby, 1997, p, 98). Utilizando el término corporeografía para sugerir la cerrada representación y su problema, Kirby examina la posibilidad de ver al cuerpo como “articulado y misteriosamene pensante” (Kirby, 1997, p. 5). Ella habla de la instrucción del cuerpo en términos de su inteligencia molecular, la instrucción del ADN y las habilidades numéricas (Kirby, 1990, p. 26); de los juegos del lenguaje fluído de la sangre (Kirby, 1997, p. 179); de “la carne, la sangre y el problema de los huesos instruídos que nunca cesa (cesando) de releer y reescribirse así mismo” (Kirby, 1997, p. 148). ¿Qué otras instrucciones corporales pueden ser evocadas en el amamantamiento, más allá de mi experiencia narrativa como un barómetro de salud? ¿Qué otras historias pueden contar los senos?
Cuando les hablo a las mujeres sobre esta investigación, siempre me han respondido narrándome una historia propia de sus senos o de alguien que ellas conocen. Es como si estuvieran obligadas a contarme –a veces una completa extraña- los detalles más íntimos de su experiencia de amamantamiento. En su trabajo sobre la importancia de historización de experiencias de partos, la partera educadora Mavis Kirkham nota que “las voces de las mujeres son enmudecidas por las voces de los expertos, aunque sólo las mujeres experimenten el dar a luz” (Kirkham, 1997, p. 185). Profesando el valor de la traducción de experiencias de partos al lenguaje y la narrativa, Kirkhan cita a un escritor diciendo “Los escritores terminan escribiendo sobre sus obsesiones. Las cosas que les duelen; las cosas que ellos no pueden olvidar, historias que ellos llevan en sus cuerpos esperando ser liberadas” (Goldberg citado en Kirkham, 1997, p. 195). La conexión entre cuerpos e historias que Kirkham evoca citando este escritor es una en la que el cuerpo es instruído y el escritor escribe, el cuerpo es activo (llevando y liberando) mientras que el sujeto es casi un conductor, o interprete. Kirkham puede estar sugiriendo que las parteras practican una forma de la corporeografía de Kirby. Y quizá, esas mujeres obligadas a narrar las historias sobre sus senos se unen a mí en un deseo de rehacer narrativas/ experiencias a través de una forma de instrucción corporal. El punto de Kirkham es que las mujeres construyen sus experiencias (sobre partos en su caso, sobre amamantamiento en el mío) como historias con el objetivo de darles sentido. Marshall también sostiene que “cuando tratamos de nombrar nuestras experiencias corporales, estamos siempre envueltos en un diálogo... porque es la descripción y prescripción de los expertos la que usualmente usamos para comprender nuestras sensaciones (Marshall, 1996, p. 262). En una colección australiana de historias sobre partos, la compiladora Debra Adelaine escribe sobre la inarticulación de los partos, “que no hay palabras para esto” (Adelaine, 1996, p. 5 énfasis original).Las nuevas narrativas que hablan un lenguaje corporal más allá de las descripciones de los “expertos” son por lo tanto, vitales para ambas elaboraciones de significado de alguna corporalidad o teoricidad vivida del cuerpo, como filósofa Luce Irigaray también insiste en su argumento de “escribir el cuerpo”:

Si no inventamos un lenguaje, si no encontramos nuestro lenguaje corporal, habrán demasiados pocos gestos para acompañar nuestra historia. Nos cansaremos de las mismas, y dejaremos nuestros deseos inexpresados, irrealizados. Dormidos de nuevo, insatisfechos, retrocederemos hacia las palabras de los hombres... (Irigaray, 1999, p. 88).

Ofreciendo otras formas de conceptualizar nuestras relaciones corporales, Kirby argumenta que cualquier

Intento de repensar la corporalidad de un modo que le quite el rol de envase mudo y pasivo necesitará afirmar que el cuerpo ya es un campo de información, un tejido de escrituras y de complejidad representacional donde las decepciones, la falta de reconocimiento, y las ambigüedades constituyen la lógica virtual y el lenguaje de la biología (Kirby, 1997, p. 148).

La inclusión de la decepción, la falta de reconocimiento y la ambigüedad como una característica de un cuerpo activamente leído y escrito atribuyen un nivel de imprevisibilidad que no es considerado en las narrativas usuales del cuerpo normatizado como una máquina o maleable a través de la voluntad o el deseo de la mente conciente (ver Birke, 1999; Grosz, 1995). En lugar de esto, Kirby sugiere que pensemos el cuerpo como “millares conectados, infinitas particiones –como un campo de división transformacional y regenerativa, y diferencias que nunca son pensadas” (Kirby, 1997, p. 148). En la misma línea, el modelo de Rothfield también prefiere mobilidad y cambio como modelos de la corporalidad: “nuestros cuerpos representan una plétora de circulaciones, economías, interacciones y transiciones” (Rothfield, 1995b, p. 33). Ella remarca que esto es “un dibujo descentrado de corporación corporal y coalición, y a veces no- cooperación” (Rothfield, 1995b, p. 35). Irigaray coincidiría cuando escribe que

Tu cuerpo no es el mismo hoy que ayer. Tu cuerpo recuerda. No hay necesidad para que vos recuerdes. No hay necesididad de retener el pasado, de almacenarlo como un capital en tu cabeza. ¿Tu memoria? Tu cuerpo expresa el pasado en lo que quiere hoy... Ser aquello en lo que te estás convirtiendo, sin estar pendiente de lo que podrías ser aun. Nunca establecerse. Dejemos lo definido a lo indeciso; no lo necesitamos. Nuestro cuerpo, justo aquí, ahora, nos da una certeza muy diferente (Irigaray, 1999, p. 88).

Estos modelos explican mucho más fácilmente la impredecible actividad de los senos lactantes que está más allá de los deseos y las narrativas vigentes. Leer el “fracaso” del amamantamiento como no- cooperación, o como un momento dentro de una miríada de transformaciones o particiones, es interpretar el cuerpo de la mujer como mucho más activo y receptivo a como es generalmente considerado. Esto también admite la gran variedad de experiencias de amamantamiento entre mujeres y para cualquier mujer en el tiempo. El amamantamiento puede ser leído como una serie indefinida de interacciones intrincadas y dinámicas que involucran como mínimo: hormonas, impulsos nerviosos, bebés, leche, textos, otras personas, sentimientos, pensamientos, historias, condiciones y relaciones sociales y presiones culturales entre madre y bebé en la interface de su medioambiente interno y externo.

LA INSTRUCCIÓN

Leer el cuerpo en el nivel de la narrativa tiene implicaciones similares a los modelos de Rothfield y Kirby: narrativas convencionales y standars cuyo argumento puede ser predecido y anticipado, son también tema de revisión (feminista), rutas disruptivas y finales sorprendentes; las convenciones y limitaciones genéricas pueden hacer las ideologías narrativas más transparentes; y las discontinuidades entre historias (de las experiencias de mujeres, por ejemplo, y políticas institucionales) pueden revelar imperfecciones en grandes narrativas. Las posibilidades para repensar las formas en que podemos leer la corporalidad están limitadas sólo por nuestra imaginación en este paradigma. En efecto, Birke ha sostenido que nuestra comprensión del cuerpo ha sido históricamente contingente hasta la innovación tecnológica (como el circuito electrónico, la electricidad, la fotografía) que nos proveen de modelos y lenguajes alternativos a través de los cuales imaginar y articular la escritura de este texto que el mapa conceptual ofrece a través de hipertextos que pueden transformar el modo (antitético) en que el conocimiento y las (discontinuas) historias pueden ser mapeadas, transformando las posibles corrientes disponibles a través del uso de un proyecto y abriendo otras potenciales trayectorias. En la práctica, sin embargo, websites como breastfeeding.com[1] cuentan con narrativas técnicas convencionales y ampliamente conservadoras. Este modelo de lectura del cuerpo se arriesga a ser percibido como más intelectual, pero yo argumentaría que la lectura es un evento corporal tanto como el amamantamiento.

CONCLUSIONES LEGIBLES

En mi esfuerzo por hacer legible el cuerpo que amamanta, una historia familiar ha surgido involucrando el privilegio de la cabeza como controlando la actividad del amamantamiento. Es interesante ver que, la cabeza está implicada de varias maneras: como un lugar de regulación hormonal a través del cerebro; como un lugar de pensamiento y emoción que puede interferir con el funcionamiento biológico; y como un vehículo para aprender a través de la instrucción. Muy similar al problema referido a la mente, esta historia parecería proponer la voluntad individual como el factor más determinante en el éxito del amamantamiento, un factor que parecería tan impredecible como cualquier otro dadas las exigencias de los cuerpos y las subjetividades. Tales historias colocan a las madres como sujetos cartesianos ejemplares, profundamente divididos entre mente y cuerpo. Ellos han implicado también un cambio histórico en la autoridad (textual) que ahora posiciona a la madre como ignorante, con necesidad de instrucción y manejo (propio). Las nuevas formaciones conceptuales que cuestionan los límites materiales dados al cerebro, y que nos invitan a reconocer el cuerpo como un problema de instrucción, ofrecen más inteligencia y posibles modelos permitidos de corporalidad que pueden transformar la forma en que leemos nuestros cuerpos y los textos sobre ellos en el futuro. Esto nos permitiría considerar los senos como pensantes, conocedores, respondientes, instruídos. El amamantamiento puede ser considerado como una forma de inteligencia corporal, que puede tener ramificaciones corporales: las vértebras podrían enderezarse, los hombros podrían caer, los cuellos alargarse y las cabezas ser sostenidas en alto si el amamantamiento fuese practicado con orgullo en todas sus manifestaciones: visiblemente activo, ampliamente modificable y preponderantemente húmedo. Sin embargo, el campo de información que otorgamos a nuestros cuerpos dependerá de nuestra atención por hacerlo legible, leíble y articulable de manera receptiva y reflexiva, y de la percepción de los movimientos del conocimiento de nuestros cuerpos mediado por la historia, la cultura y el lenguaje en tiempos y espacios específicos.
* Breastfeeding as headwork: corporeal feminism and meanings for breastfeeding En: Women’s Studies International Forum. Vol. 25. No 3. pp. 373-382, 2002, USA. Elsevier Science Ltd.
** Uso exclusivo de los seminarios de Mónica Tarducci. Prohibida su reproduccion.

[1] “Amamantamiento.com” (Nota de la traductora)

NOTAS

[i] Este resumen fue obtenido de Davis (1997), Davies (1982), Eiger y Olds (1972/ 1987), Mc Nabb (1997), Riordan y Auerbach (1999), Silverton (1993). Los textos de obstetricia utilizados fueron fuentes particularmente interesantes que pueden felizmente incorporar discursos culturales médicos y feministas, donde las parteras mismas son con frecuencia ubicadas simultáneamente como aliadas de las mujeres y representantes de la profesión médica.
[ii] En Australia, la ayuda es ofrecida también por la Asociación de Amamantamiento de Australia, antiguamente la Asociación de Madres de Crianza de Australia que es similar a la Liga de La Leche. Esta red fue voluntariamente fundada 35 años atrás y todavía está en marcha por madres voluntarias que han amamantado. Mientras que sus críticos las acusan de actuar como la “policía de amamantamiento”, encuentro su apoyo al amamantamiento ruidoso y vocinglero, su organización popular o de base, y su método de empoderar a las mujeres con conocimiento y confianza como una forma de organización subversiva resistente a los profesionales expertos.
[iii] Un ejemplo extremo es El embarazo de Bourne (1972, republicaddo en 1996) que caracteriza a los no profesionales como “mujeres débiles con sus maliciosas lenguas mentirosas” (citado en Kirkham, 1997, p. 185).
[iv] Aunque es importante notar que los discursos médicos no fueron los únicos disponibles en la política de 1970. Parteras espirituales de Ina May Gaskin, por ejemplo, habla acerca de las hormonas en términos de drogas alternativas de la subcultura cuando cita a Stephen diciendo, “Es realmente bueno para los niños ser criados por sus madres biológicas que tienen cierta psicodelia interior que su cuerpo produce para mantenerla lo suficientemente fuerte para jugar carreras con su hijo, así puede ser tan fuerte como su hijo y relacionarse con él” (citado en Gaskin, 1977, p. 272).
[v] Este discurso sobre propiedad da forma al libro de Marilyn Yalom, Una historia de los pechos cuando ella pregunta en la primer página, “¿Quíen posee los senos?” (Yalom, 1997, p. 3), y luego enumera aquellos que se lo han “apropiado” de “la mujer para quien los pechos son parte de su propio cuerpo” (Yalom, 1997, p.4). Como remarca Beth Spencer, “¿En qué sentido “poseo” (o podría alguna vez) mis pechos o alguna parte de mi cuerpo si se puede decir que tengo algún tipo de existencia sobre o debajo, o aparte, de esto?” (Spencer, 1998).

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