jueves, 9 de julio de 2009

La Mente Hetero



Los discursos que particularmente nos oprimen a todas nosotras y a todos nosotros, lesbianas, mujeres y homosexuales, son aquellos que dan por sentado que lo que funda una sociedad, cualquier sociedad, es la heterosexualidad. Esos discursos hablan de nosotras y de nosotros y presumen de estar diciendo la verdad en un terreno apolítico, como si hubiera alguna cosa significable capaz de escapar de lo político en este momento histórico y como si, en lo que a nosotras y nosotros concierne, pudieran existir signos sin significado político. Esos discursos de la heterosexualidad nos oprimen en el sentido en que nos impiden hablar a menos que hablemos en sus términos. Todo lo que los cuestiona es inmediatamente descalificado como elemental. Nuestro rechazo a las interpretaciones totalizadoras del psicoanálisis les hace decir a sus teóricos que despreciamos la dimensión simbólica. Esos discursos nos niegan toda posibilidad de crear nuestras propias categorías. Pero su acción más feroz es la tiranía inflexible que ejercen sobre nuestro ser mental y físico.

Cuando usamos el más que generalizador término ideología para designar a todos los discursos del grupo dominante, estamos relegando a esos discursos al terreno de las ideas irreales y olvidamos así la violencia material (física) que ejercen directamente contra las personas oprimidas, una violencia que es producida tanto por los discursos abstractos y “científicos” como por los de los medios.

Me gustaría insistir en esta opresión material que ejercen los discursos sobre las personas.

No hay nada abstracto en el poder que tienen las ciencias y las teorías, el poder de actuar en forma material y concreta sobre nuestros cuerpos y mentes, aún cuando el discurso que las produce sea abstracto... Todas las personas oprimidas conocen ese poder y han tenido que vérselas con él. Es el que dice: no tenés derecho a hablar porque tu discurso no es científico ni teórico, porque estás en un nivel equivocado de análisis, estás confundiendo los discursos con la realidad, tu discurso es ingenuo, entendés mal tal o cual ciencia, etc.

Si el discurso de los modernos sistemas teóricos ejerce poder sobre nosotras, es porque trabaja con conceptos que nos tocan muy de cerca. Pese al surgimiento histórico del movimiento de lesbianas, del feminismo y del de liberación gay, cuya actuación ya ha sacudido las categorías filosóficas y políticas de los discursos de las ciencias sociales, esas categorías siguen siendo sin embargo utilizadas por la ciencia contemporánea sin mayor análisis. Funcionan como conceptos primitivos dentro de un conglomerado de disciplinas, teorías e ideas actuales que llamaré la mente hetero.

En esos conceptos incluyo “mujer”, “hombre”, “sexo”, “diferencia”, y toda la serie de conceptos que llevan su marca, incluyendo “historia”, “cultura” y lo “real”. Y si bien en los últimos años se ha aceptado que no existe nada a lo que se pueda llamar “naturaleza”, que todo es cultura, sigue habiendo dentro de esa cultura un núcleo de naturaleza que resiste a todo examen, una relación excluida de lo social en el análisis, una relación cuya característica es ser ineludible en la cultura así como en la naturaleza, y que es la relación heterosexual. A esto le llamo la relación social obligatoria ente “hombre” y “mujer”... Este principio ineludible como conocimiento, como principio obvio, como algo dado previo a toda ciencia, la mente hetero desarrolla una interpretación totalizadora de la historia, de la realidad social, de la cultura, del lenguaje y de todos los fenómenos subjetivos al mismo tiempo. Apenas puedo subrayar el carácter opresor que reviste a la mente hetero en su tendencia a universalizar inmediatamente todo concepto que produce como ley general y sostener que es aplicable a todas las sociedades, épocas y personas. Así hablan del intercambio de mujeres, de la diferencia entre los sexos, del orden simbólico, del inconsciente, deseo, cultura, historia, dándole un significado absoluto a todos esos conceptos que en realidad son sólo categorías basadas en la heterosexualidad o sea el pensamiento que produce la diferencia entre los sexos como dogma político y filosófico.

La consecuencia de esta tendencia a universalizar todo es que la mente hetero no puede concebir una cultura, una sociedad donde la heterosexualidad no ordene no sólo todas las relaciones humanas sino también la misma producción de conceptos e inclusive los procesos que escapan a la conciencia.

Rechazar la obligación del coito y las instituciones que esa obligación ha producido como necesarias para la constitución de una sociedad, es simplemente imposible para la mente hetero, dado que hacerlo significaría rechazar la posibilidad de constituir otro y el rechazo del “orden simbólico”, y también hacer imposible la constitución de significados, sin lo cual nadie puede mantener su coherencia interna. Así el lesbianismo, la homosexualidad y las sociedades que formamos no pueden ser pensadas ni habladas, aún cuando siempre han existido. Así la mente hetero continúa afirmando que el incesto, y no la homosexualidad, es su principal prohibición. Así, cuando es pensada por la mente hetero, la homosexualidad no es otra cosa que otra heterosexualidad.

Sí, la sociedad hetero se basa en la necesidad de lo diferente/otro a todo nivel. No puede funcionar económica, simbólica, lingüística o políticamente sin ese concepto. Esa necesidad de lo diferente/otro es ontológica para todo el conglomerado de ciencias y disciplinas que yo llamo la mente hetero. Pero ¿qué es lo diferente/otro sino lo dominado? Porque la sociedad heterosexual no sólo oprime a lesbianas y homosexuales sino a muchas y muchos diferentes/otras/otros, oprime a todas las mujeres y a muchas clases de hombres, a todas aquellas personas que están en la posición de dominadas. Constituir una diferencia y controlarla es un acto de poder, dado que es esencialmente un acto normativo. Todas las personas tratan de mostrar que la otra o el otro son diferentes. Pero no todas tienen éxito en su empresa. Hay que ocupar una posición social de poder para lograrlo.

Por ejemplo, el concepto de la diferencia entre los sexos ontológicamente constituye a las mujeres como diferentes/otras. Los hombres no son diferentes, la gente blanca no es diferente, ni lo son los amos. Pero la gente negra, así como las esclavas y los esclavos, sí lo son. Esa característica ontológica de la diferencia entre los sexos afecta a todos lo conceptos que son parte del mismo conglomerado. Pero para nosotras o nosotros no existe eso de ser-mujer o ser-hombre. “Hombre” y “mujer” son conceptos políticos de oposición y la cópula que dialécticamente los une es, a la vez, la que los hace desaparecer. Es la lucha de clases entre mujeres y hombres la que va a hacer desaparecer a hombres y mujeres (lo mismo sucede con todas las otras luchas de clase donde las categorías en oposición se “reconcilian” mediante la lucha cuya meta es hacerlas desaparecer). El concepto de diferencia no tiene de por sí nada ontológico. Es solo la forma que tienen los amos de interpretar una situación histórica de dominación. La función de la diferencia es enmascarar en todo nivel los conflictos de intereses, incluidos los ideológicos.
En otras palabras, para nosotras y para nosotros, esto significa que ya no puede haber mujeres y hombres, y que como clases y categorías de pensamiento o lenguaje tiene que desaparecer política, económica e ideológicamente. Si nosotras como lesbianas y ustedes como homosexuales seguimos hablándonos y pensándonos como mujeres y como hombres, estaremos preservando la heterosexualidad. Estoy segura de que ninguna transformación política ni económica puede quitarle su dramatismo a esas categorías de lenguaje. Podemos redimir las palabras esclava o esclavo. Podemos redimir nigger, negress (términos derogatorios para las personas de color). ¿En qué difiere mujer de estas palabras? La transformación de las relaciones económicas no alcanza. Debemos producir una transformación política de los conceptos claves, es decir, de los conceptos que son estratégicos para nosotras y para nosotros. Porque hay otro orden de lo material, el del lenguaje, y el lenguaje se va elaborando en base a estos conceptos estratégicos. Esta a la vez profundamente conectado al campo político donde todo lo que concierne al lenguaje, a la ciencia y al pensamiento, se refiere a la persona como subjetividad y a su relación con la sociedad. Y no podemos dejar esto dentro del poder de la mente hetero, o sea del pensamiento basado en la dominación.

Rompamos el contrato heterosexual. Esto es lo que las lesbianas estamos diciendo por todas partes, si no con teorías, mediante prácticas sociales, y las repercusiones de esto en la cultura y en la sociedad hetero aún no sabemos cuáles podrán ser. Alguien que se dedica a la antropología podrá decirnos que tenemos que esperar cincuenta años. Sí, si una quiere universalizar el funcionamiento de estas sociedades y hacer aparecer sus rasgos invariantes. Mientras tanto, los conceptos hetero se van socavando. ¿Qué es la mujer? Pánico, alarma general para una defensa activa. Francamente, es un problema que las lesbianas no tenemos porque hemos hecho un cambio de perspectiva, y sería incorrecto decir que las lesbianas nos asociamos, hacemos el amor o vivimos con mujeres, porque el término mujer tiene sentido solo en los sistemas de pensamiento y económico heterosexuales. Las lesbianas no somos mujeres (como no lo es tampoco ninguna mujer que no esté en relación de dependencia personal con un hombre).

Discurso leído por la autora en Nueva York durante el Congreso Internacional sobre el Lenguaje Moderno realizado en 1978 y dedicado a las lesbianas de EE.UU. Traducción de Alejandra Saldá

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